CARMEN MARTÍNEZ SOTILLO
Hay muchos
lugares maravillosos en el mundo, en realidad, todos tienen algo excepcional,
único, digno de conocer y disfrutar. No os voy a hablar del singular paisaje
que se puede admirar a lo largo y ancho del planeta, ni de sus sabrosas
comidas, ni de sus pintorescas costumbres. Quiero hablaros de su gente, de las
personas de carne y hueso, de los hombres y mujeres que dan calor y color a
este mundo.
El Playón |
Se llamaba
Orialis, trabajaba en un banco de la ciudad de Maracay, a unos 100 kilómetros
de Caracas, la capital. Nosotros habíamos ido a una playa llamada “El Playón”,
para lo cual atravesamos el parque nacional Henry Pitier, exuberante como buen
bosque tropical. En cuanto a la playa, paradisíaca en su soledad. Hasta aquí,
todo de cuento.
Pero
llevábamos varios días que no podíamos pagar con tarjetas en ningún sitio, ni
cambiar dólares, así que el dinero se había ido acabando. De modo que, al
regresar de la playa en dirección a Caracas para coger el vuelo que nos
llevaría a Bogotá, fuimos al banco para sacar dinero. Nos hizo gracia una nota
informativa que había en la puerta, en la que se tranquilizaba a los ciudadanos
ante los “falsos rumores de un golpe de estado” (corría el año 1994 por
entonces, con el presidente Rafael Caldera).
Nos atendió
una señorita muy amable, pero al poco rato nos comunicó que habían cortado el
tráfico de divisas y que no se podía sacar dinero, por la inestabilidad
política que estaba atravesando el país.
¿Os imagináis
cómo nos quedamos? Estupefactos, asustados, incrédulos…., no tengo palabras
para describir esa sensación.
Entonces
Orialis, que así se llamaba, nos tranquilizó, diciéndonos que unos amigos suyos
cambiaban dólares y como nosotros teníamos, que no habría problema. Pero al
cabo de un rato volvió con malas noticias: nadie se atrevía a cambiar moneda,
pues el valor del dinero era tan cambiante que podían salir perdiendo con la
transacción, así que sus amigos tampoco se arriesgaban.
La
incredulidad fue perdiendo terreno en favor del miedo. ¿Qué íbamos a hacer tan
lejos de casa y sin un duro? Y, por descontado, íbamos a perder nuestro avión a
Bogotá.
Ahí es cuando
Orialis se manifestó como nuestro ángel de la guarda: “¿Cuánto dinero necesitan
justo para llegar a Caracas y coger el vuelo?”.
Hicimos un
cálculo del precio del autobús para dos personas hasta nuestro hostal en
Caracas donde teníamos las maletas, así como del taxi que nos tenía que llevar
al aeropuerto. No recuerdo la cantidad de bolívares que dijimos, pero sí
recuerdo lo que pasó. Ante nuestro asombro, pasmo e incredulidad, llegó Orialis
con el dinero que había sacado de su propia cuenta. Yo supongo que ahora sería
lo equivalente a unos 30 euros aquí, pero estamos hablando de un país y una
época en la que los sueldos estaban muy por debajo a los de aquí.
Locos de
agradecimiento y de alegría, quisimos darle los dólares que llevábamos, pero lo
rechazó casi con desprecio, pues “le estaba prohibido cambiar dinero”. No hubo
manera de convencerla sin ofenderla, así que le pedimos su dirección para
enviarle, al menos, un detalle. Por supuesto, nos dijo que lo enviáramos al
banco.
No sé qué me
impresiona más, si su generosidad sin condiciones, o su integridad humana. Pero
aún vivo impresionada por ambas cosas.
Desde aquí,
una vez más, mi agradecimiento y admiración a Orialis y a todas las personas
que, como ella, hacen del mundo un sitio un poco más habitable.
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