miércoles

San Cristóbal de los Ángeles. Una historia (1ª parte)

LUIS F. GUISASOLA


Era un día como otro cualquiera en San Cristóbal de los Ángeles. Gabriel llegaba a casa de sus abuelos después del instituto.

Gabriel era nuevo en el barrio, a su padre le había salido un trabajo en el extranjero y a los padres de Gabriel no les quedó más remedio que aceptarlo y enviar a su hijo a casa de sus abuelos, para disgusto del joven que creía que había ido a parar al agujero negro de España.

- ¿Qué tal en el instituto, campeón? -preguntó el abuelo de Gabriel.

- Normal -respondió Gabriel malhumorado-, es decir, mal.

- ¿Por qué? -preguntó el abuelo de Gabriel.

- Porque vivir aquí es horrible -afirmó el chico cada vez más furioso-. Y a la gente no le gusta que se lo mencionen.

- No deberías hablar así del barrio al que le debes tanto -aconsejó su abuela.

A Gabriel no le gustaba que le dijeran eso, le enfurecía, y así lo demostró.

   - ¡Yo no le debo nada al barrio! -gritó Gabriel, y se marchó corriendo a su cuarto.

Ese día los abuelos de Gabriel estuvieron callados todo el día haciendo sentir mal a Gabriel por su comportamiento.

Por la noche la abuela se acercó, entró en el cuarto de su nieto cuando este se acostó y se sentó en el borde de su cama.

- He venido a contarte el cuento de buenas noches -dijo la abuela.
  
- Abuela, ya tengo catorce años -replicó Gabriel.

- Este lo vas a escuchar -dijo la anciana con una mirada de reprobación típica en madres y abuelas.

 - Como quieras -dijo de mala gana Gabriel.

 - Nuestra historia comienza a finales de los cincuenta, en un terreno pantanoso solo ocupado por un tejar decimonónico en el que levantaron una serie de viviendas para obreros que habían sido expulsados de su casa. De aquella época, como huella del pasado, queda el Parque de la Dehesa del Villar y la vieja chimenea de la fábrica. Después vino gente del centro de Madrid, de Extremadura, de Andalucía e incluso de la ciudad de Toledo. Debido a la gran cantidad de gente obrera del mundo ferroviario se bautizó al barrio con el nombre de San Cristóbal, patrón de los ferroviarios.

          En aquella época San Cristóbal era muy distinta, apenas había un par de comercios, no se habían hecho las altas torres del barrio y tampoco se habían puesto las calzadas, ya que en aquellos años la gente de por aquí no disponíamos de vehículos ni de otras cosas.

- Entonces era un sitio poco importante -apuntó Gabriel.

- En eso te equivocas, San Cristóbal ha contado con habitantes hoy en día famosos y con el 
Ayuntamiento del distrito -le sorprendió la anciana-. ¿Por dónde iba?

- Por cuando no se disponía de lujos.

- Gracias. El caso es que mis padres, mi hermano y yo llegamos del centro de Madrid en septiembre del sesenta y uno. Para nosotros esta casa era el cielo comparado de la casa de la que veníamos, además la gente…

- Sería horrible -interrumpió Gabriel.

- Te equivocas -dijo su abuela-, era todo lo contrario. La gente era muy amable y siempre que estuvieras en el barrio sabías que habría alguien que te ayudaría si tenías algún problema, era casi como un pueblo.

        Recuerdo cuando la vecina de arriba, una mujer muy trabajadora y ahorradora, consiguió suficiente dinero y compró un televisor, uno de los primeros del barrio. Todas las vecinas iban con sus hijos a pasar la tarde a su casa, entre ellas, tu bisabuela que nos llevaba a mí y a mi hermano. Las gentes del barrio, al ver que sus vecinos iban teniendo televisión, decidían comprarse una también y lo mismo con los coches. Y así se empezó a llenar el barrio de televisores, coches, carreteras y muchas otras cosas indispensables a día de hoy -concluyó la abuela.

- ¿Ya? -preguntó Gabriel con ganas de saber más.

- Gabriel, hemos recorrido dos décadas, por hoy está bien. Continuaré con la historia - dijo la anciana yéndose a la cama.

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